La Diva del Mantaro

A propósito de la publicación de la novela Peregrina, de Antonio Muñoz Monge, un retrato de Flor Pucarina, la mítica cantante huanca.

Su historia se parece a la de miles de migrantes provincianos. Nació en la pobreza absoluta. Criada por su abuela y su madre —su padre fue una sombra que se borró muy rápido—, se vino a Lima casi siendo una niña para estudiar y trabajar en los alrededores de La Parada, en La Victoria. En ese mundo marginal aprendió a vivir. Se dedicó a vender verduras y frutas, a hacer mandados, a trabajar como empleada doméstica, a coser ropa. Los pocos que la conocieron en aquel tiempo aseguran que era una muchacha esbelta de ojos rasgados y vivaces que sabía cantar rancheras hasta que fue ‘descubierta’ por el maestro de ceremonias puneño Wilfredo ‘Pollo’ Díaz; otros dicen que fueron los hermanos Teófilo y Alejandro Galván quienes la llevaron a cantar al Coliseo Nacional, cerca del Porvenir.

Era inicios de la década del sesenta y su primer huaino fue “Falsía”. Dos años después, grabó uno de su autoría, titulado “Pueblo huanca”; luego vinieron “Soy pucarina”, “Alma andina”, “Traición” y muchísimos más. Su fama creció no solo por su voz, sino también por sus excesos con la bebida, por sus aires de mujer rebelde y presuntuosa que nunca repetía un vestido en cada presentación, y que tenía a los mejores bordadores a sus pies, quienes la protegían, la querían y la vestían.

Jorge Paredes Laos – Diario El Comercio